viernes, 31 de agosto de 2012

COMPRENDÍ ("y ahora vivo en un castillo de arena")






Comprendí que no se trataba de mi.

Son diversas las vías de la incomprensión; al no entender que sucede, no vemos las cosas claras y no logramos comprender el porque de las cosas. Peor aún es peor cuando cruzas la delgada y punzante línea de la incomprensión y te posicionas al otro lado. Abandonas la postura del que no comprende para ser el incomprendido. Lo ves todo claro pero difieres del resto.
Dos situaciones distintas para un mismo sentimiento. Sentir que el mundo gira a una velocidad y nosotros llevamos otro ritmo. Sonar como el típico acorde reggae que entra a contratiempo, entre golpes de caja. Dar un pasito al frente y no avanzar.
Pasear desorientado por los callejones aparentemente iguales de un laberinto. Dar  vueltas a las cosas en tu cabeza hasta el punto de no saber si es la primera, la segundo, la quinta o la duodécima vez que pasas por esos pensamientos. No se trata de fijarse o no fijarse, de ver algo o de no verlo, de sentir algo o de no sentir nada. Es cuestión de comprender. Y cuando comprendes, ¿qué pasa? 

Lo lógico sería imaginar una sensación embriagadora de satisfacción. Sentirse algo más "sabio", cultivado, conectado con la realidad. No nos engañemos, no siempre sucede así.

Recientemente he comprendido a un incomprendido. A alguien a quien llaman loco. A alguien que aparentemente no encaja. Lo único que he logrado con eso ha sido ser considerado un incomprendido.
No se trata de mi, ni de los dedos que le señalan o de las voces que le acusan. Se trata del incomprendido. De ponerse en su piel. De dar un paseo con su caparazón. De armarte con las "armaduras oxidadas" que porta ese caballero. De cargar con el lastre que arrastra. De ponerte sus gafas, de focalizar el mundo con su objetivo. De escupir con sus labios. Morder con sus dientes. Acariciar con sus manos.
No se trata de mi.

Puedo comprender a un asesino, un esquizofrénico o un "demente" sin apenas esforzarme. Quizás porque hay algo de ello en mi. Quizás no. Puede que sea porque me pongo en su pellejo, puede que no, o puede que sea porque tengo un pellejo agraciado que recubre un esqueleto esbelto que proteje un cerebro privilegiado, o porque el cerebro resguardado tras el esqueleto es del tamaño del hueso de una aceituna, pero ese hueso de aceituna es incapaz de comprender como es posible que los que comprenden el mundo a su manera sean incampaces de comprender a los que no lo ven como ellos. Soy incapaz de comprender como los que comprenden el mundo supuestamente bien dan la espalda a los incomprendidos y les acusan de no entender nada.
 Los incito a sentarse delante de un incomprendido y que traten de comprenderlo.

Tal vez su temor sea descubrir que, en realidad, son ellos los que no entienden nada.